jueves, 26 de abril de 2018

Si todos los productos del super son “100% natural”, ¿por qué no los veo en la naturaleza?

Muy sencillo, porque tu comida no es tan natural como crees y todo lo que te llevas a la boca ha sido modificado genéticamente a nuestra conveniencia, creando “monstruos” incapaces de sobrevivir solos (sí, los de la tienda eco también). ¿Te acabo de joder el día? Tranquilo, no hay nada malo en ello. Te lo explico brevemente.

El Ecologista Transgénico https://bit.ly/2wgJbKF

Todos los seres vivos, y por ende todo lo que comemos, tiene genes. Estos genes almacenan la información genética, la que permite, a partir de una célula (zigoto), construir un ser vivo. Estos genes se agrupan formando el ADN… y bla bla bla (esto no es una clase de biología). En resumen, los genes son como páginas de una enciclopedia (ADN) que se agrupa en volúmenes (cromosomas). Por ejemplo, tú, en cada célula de tu cuerpo, tienes unas 23.000 páginas agrupadas en 23 volúmenes (si fueses una planta aun tendrías más páginas) y todo, seas el ser vivo que seas, esta escrito en el mismo idioma, es más, usando solo 4 letras. Estas páginas no son estáticas, al copiarse pueden producirse errores (mutaciones), mezclarse parte de un volumen o incluso introducirse (o quitarse) páginas que no estaban. Este “dinamismo” genético es la base de la evolución.

Los seres humanos hemos aprendido también a usar estas modificaciones genéticas a nuestra conveniencia. Y no, no es un invento moderno, llevamos unos 10.000 años haciéndolo. Cereales como el trigo o la cebada están entre las primeras plantas en domesticarse. Sus ancestros son plantas cuyos granos tienen las siguientes características: raquis quebradizo, tamaño pequeño y envoltura dura protectora. Características muy útiles si eres una planta y quieres perpetuar tus genes (tienen esa mala costumbre), pero pésimas si lo que quieres es zampártelas y no gastar más energía que la que te van a dar comiéndotelas. Durante los primeros siglos de domesticación estos primeros neolíticos aprovecharon (y seleccionaron) mutaciones naturales en los genes que dan a la planta la orden de tirar el grano lejos cuando madura, hacer granos pequeños o envolverlos en una cobertura dura que los proteja. Se consiguió así plantas sin estas características, molestas para nosotros pero esenciales, para ellas, creando nuevas variedades y especies incapaces de sobrevivir sin nuestra ayuda (y nosotros sin ellas). Esta es una de las razones por la cual cuando pasees por un bosque no veras trigo o cebada y si especies muy emparentadas (que si te fijas todavía tienen estas tres características).



Brassica oleracea: Un ejemplo perfecto de como una especie silvestre da lugar a variedades distintas en función del órgano mejorado.

Con el paso del tiempo fuimos aprendiendo como inducir nosotros esos cambios sin tener que esperar a que sucedieran, aumentando enormemente la velocidad con que se producían. Primero mediante cruces entre plantas relacionadas, consiguiendo así mezclar el genoma entero de dos plantas distintas para, a continuación, seleccionar la descendencia más interesante (siempre desde un punto de vista antropocéntrico). Posteriormente, induciendo mutaciones (cambios aleatorios en el genoma) y, finalmente mediante herramientas de ingeniería genética, este último paso nos permite abandonar la aleatoriedad e introducir los cambios que estamos buscando de manera precisa (o con un margen de error muy reducido).

A este avance en la técnica ayudaron descubrimientos que nos permitieron ver cómo “funciona” una planta. Descubrimientos mediante los cuales pasamos de mejorar “a ciegas” a buscar la mejora que queríamos hacer. Entre ellos destaca la comprensión de cómo las características de las plantas pasan de una generación a otra, sentando las bases de la genética, o, ya en el siglo XX, descubrimientos como el ADN, el código genético o la forma de leer genomas enteros.

Como vemos, a lo largo de nuestra historia, las necesidades de las personas y los agricultores han sido respondidas mediante una mejora de la técnica y la ciencia, primero más rudimentariamente y luego de forma más precisa y rápida, pero siempre avanzando hacia adelante, pasito a pasito, porque una sociedad que no avanza inevitablemente retrocede. Hoy en día, nuestro conocimiento sobre estos temas continúa progresando para adaptarse a nuevos desafíos. Y este es nuestro deber, seguir trabajando e investigando para responder a las actuales necesidades de una población creciente, con hábitos de vida cambiantes y con condiciones climáticas diferentes. Todo ello sin aumentar la superficie cultivable y reduciendo al máximo nuestro impacto. Ante tal reto, todas las herramientas posibles van a ser necesaria y ninguna, por si sola, es la solución. Intentemos huir de soluciones simplistas que digan que tal o cual método es la salida a un problema tan multifactorial como alimentar al mundo y aprovechemos todas las herramientas a nuestro alcance.