jueves, 1 de marzo de 2018

El sabor de las mandarinas nació en un solo árbol

Un estudio desvela el árbol genealógico de los cítricos desde su origen hace ocho millones de años.


Los investigadores Antonio López, Estela Pérez, Manuel Talón y Victoria Ibáñez, en el IVIA.

  El País 

Imagínese una mandarina. Posiblemente, en su mente haya aparecido la variedad más cultivada en España: la clementina de Nules, o clemenules, para los amigos. Es muy probable que usted tenga una en su frutero. Se trata de una mandarina naranja intensa, sabrosa, sin pepitas y que se pela con facilidad. Y, además, es una máquina para viajar en el tiempo, como explica el biólogo Manuel Talón, que hoy presenta el nuevo árbol genealógico de los cítricos.

Talón retrocede al pasado. Las clemenules, omnipresentes hoy en las fruterías, no existían antes de 1953. En aquel año, el mismo en el que nacía José María Aznar y Winston Churchill recibía el Nobel de Literatura, un mandarino clementino del pueblo de Nules (Castellón) sufrió una mutación espontánea. Por casualidad, nacieron las clemenules, un regalo para los agricultores, al ser más grandes y mejor adaptadas al terreno que las clementinas originales. En la última temporada, más de la mitad de los 2,4 millones de toneladas de mandarinas producidas en España fueron clemenules.





El biólogo, director del Centro de Genómica del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias, retrocede otro medio siglo y viaja hasta Argelia. Allí, en un orfanato a las afueras de Orán, nació, también por casualidad, la mandarina clementina. En el huerto del orfelinato, un religioso francés, el padre Clément Rodier, identificó hacia 1890 una nueva fruta, más sabrosa, aparecida por sorpresa en sus árboles frutales. Unos niños huérfanos de Argelia fueron los primeros en degustar las mandarinas clementinas, bautizadas así en honor al padre Clément.



“Ahora sabemos que la clementina es hija de una madre mandarina común y de un padre naranja dulce en el huerto del padre Clément”, explica Talón. Su equipo ha analizado los genomas completos de 60 tipos de cítricos de todo el mundo, desvelando sus parentescos y el origen exacto de la familia. “Los cítricos surgieron hace unos ocho millones de años en las estribaciones de los Himalayas, en un área limitada por la región india de Assam, la provincia china de Yunnan y el norte de Myanmar”, señala Talón, autor principal del árbol genealógico, que se esbozó hace tres años y se publica hoy completo en la revista Nature. Desde allí, tras un cambio climático asociado a menos lluvias, se extendieron por el sudeste asiático, dando lugar a nuevas especies, incomestibles.

Todos los árboles de clementina de Nules son herederos de aquel mutante de Castellón de 1953. Y aquel mutante de Castellón era heredero a su vez, como todos los clementinos, de aquel cruce en el huerto del padre Clément hacia 1890. Pero el nuevo estudio genómico destapa un tercer árbol clave en la historia de las mandarinas. “Hace unos 4.000 años, probablemente en el valle del río Yangtsé, el polen de un árbol de pummelo [la especie madre del pomelo] polinizó un árbol de mandarinas ancestrales, que eran incomestibles. Y aquel cruce dio origen a las variedades comestibles de mandarina”, explica Talón.

El descubrimiento puede ser trascendental para el sector español de los cítricos, que solo entre septiembre de 2016 y febrero de 2017 exportó fruta por valor de 2.000 millones de euros. “Aquel fragmento de ADN de pummelo de hace 4.000 años todavía se encuentra en el cromosoma 8 de las mandarinas que compramos hoy en la frutería. Pensamos que redujo la acidez”, relata Talón.

“Antes, el agricultor seleccionaba un fruto por el color o por su sabor. Hoy en día no podemos esperar seis o siete años a sembrar y a esperar a que crezca”, apunta la biotecnóloga Victoria Ibáñez, coautora de la investigación. Identificar los fragmentos del genoma que controlan el sabor y la resistencia de un cítrico servirá, dice Ibáñez, para acelerar este proceso de mejora.

El Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias —como otros centros científicos desde hace décadas— provoca mutaciones artificiales en las plantas mediante rayos gamma, X o radiaciones ultravioleta. Las yemas resultantes se propagan mediante injertos y los investigadores esperan años para ver si las mutaciones generan nuevas variedades frutales más apetitosas, grandes o resistentes. En 500 árboles injertados puede aparecer una. O ninguna.

“Si coges una yema, la irradias y la injertas, tarda tres o cuatro años en dar fruta. Ahora, en cuanto aparezcan las hojas, en cuestión de semanas, podremos hacer un análisis genético para ver si está el fragmento de ADN que buscamos”, subraya Ibáñez. No habrá que esperar otro medio siglo para tener un nuevo árbol trascendental para el sabor de las mandarinas.

El biólogo Manuel Talón alerta, además, de “la mayor amenaza para la citricultura mundial”: el Huanglongbing o Dragón Amarillo, una enfermedad bacteriana, extendida por un insecto, que afecta a los árboles de cítricos y los aniquila. El microbio azota a limoneros, naranjos y mandarinos en América, África y Asia, pero todavía no ha llegado a España. “Estamos aterrorizados. Si llega, no tenemos ninguna medida de contención”, advierte Talón.

Solo en Florida (EE UU), el Huanglongbing ha provocado pérdidas de 1.300 millones de dólares, según las cifras oficiales. El estudio del ADN de los cítricos, según el biólogo, puede facilitar el desarrollo de variedades resistentes a esta enfermedad devastadora. Hoy, la única solución es arrancar el árbol. Si el Dragón Amarillo hubiese pasado por el huerto del padre Clément en 1890, quizá hoy no existirían las clementinas.