miércoles, 18 de julio de 2018

“La victoria llegará cuando comer bien sea un derecho de todos”

Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food, lleva una vida defendiendo el consumo local de alimentos y rebatiendo a quienes dicen que una agricultura más productiva es la solución contra el hambre.

Carlo Petrini (izquierda), en el congreso de Slow Food
en Chengdu (China) en septiembre. 

Carlo Petrini (Bra, Piamonte, 1949) no se callaba cuando era joven, y mucho menos ahora que se acerca a los 70. El italiano lleva más de tres décadas dedicado a la gastronomía (y al activismo), y es un pesimista positivo. O un optimista cascarrabias, según se mire. Aunque pierde poco a poco la esperanza en una Europa donde los jóvenes “parecen creer que se alimentarán a base de ordenadores”, en lugar de berenjenas y zanahorias. El fundador del movimiento Slow Food clama contra esa concepción de la comida como un simple bien de consumo, en lugar de como algo básico para la vida. Y no tiene reparos en montar un pollo en la FAO (la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura, de la que es embajador) porque en su comedor han servido un risotto con espárragos trigueros fuera de temporada.

“Es que se hacen grandes afirmaciones de principios, pero luego en la práctica vemos otra cosa”, se queja. “Y, en general, no se respeta la estacionalidad, del mismo modo que se quiere exprimir a los animales, y que solo se busca producir cada vez más y más rápido. Y esto no funciona”, reflexiona Petrini, padre de la comida lenta. Del Slow Food. Una iniciativa que nació en Italia hace casi 29 años y que hoy está presente en 160 países como bastión a favor de la pequeña producción. De los alimentos como algo valioso, íntimo e inherente a la vida humana.

“Hemos pasado de ser una sociedad agrícola a una industrial, y ahora posindustrial”, resume el hombre a quien McDonald's acusó de "tercermundista" por criticar la presencia de la multinacional de comida rápida en la Expo de Milán de 2015. “Y el cordón umbilical que nos unía con los alimentos se ha roto: estamos criando a niños que nunca han visto un pollo”, lamenta. El gran problema, según él, es nuestra incultura alimentaria, contra la que lucha, por ejemplo, con una universidad de Ciencias Gastronómicas en Pollenzo (Italia). “No nos interesa qué comemos ni cómo se ha preparado. Solo queremos pagar poco. ¿Y si luego enfermamos? ¿y si los campesinos pasan hambre y miseria? ¿y si destruimos el medioambiente? Nos da igual, solo queremos pagar poco”, censura.