lunes, 18 de junio de 2018

Arreglar las pifias de la proteína más abundante del mundo aumenta un 50% las cosechas

El trigo y la soja gastan hasta la mitad de su energía en deshacer los errores de la enzima rubisco. 


La bióloga Patricia López y su colega Kenny Brown, en
una plantación de tabaco. 


La vida entera del planeta depende de una molécula que casi nadie conoce: la rubisco. Es la proteína más abundante de la Tierra. Se calcula que hay cinco kilogramos de rubisco por cada persona. En las plantas y en las algas, la proteína transforma el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera en moléculas ricas en energía, como la glucosa, esencial para la vida en la Tierra. El dulce, por lo tanto, hay que agradecérselo a la ribulosa-1,5-bisfosfato carboxilasa/oxigenasa, más conocida por su abreviatura: RuBisCO.

Lo malo de la rubisco es que es una incompetente. En muchos cultivos, la proteína a veces reacciona con el oxígeno, en lugar de con el CO2, y da lugar a compuestos tóxicos que deben ser reciclados. Plantas como el trigo y la soja gastan entre el 20% y el 50% de su energía en deshacerse de estas sustancias inútiles y nocivas. Por eso, perfeccionar la función de la rubisco es uno de los objetivos de los científicos que intentan aumentar las cosechas para eliminar el hambre en el mundo. Más de 815 millones de personas se acuestan cada día sin comer lo necesario, según Naciones Unidas.

La bióloga Patricia López Calcagno, nacida en 1985 en Mérida, en los Andes venezolanos, es una de esas científicas. Su equipo de la Universidad de Essex (Reino Unido) ha logrado modificar plantas genéticamente y aumentar su producción entre un 27% y un 47%. El grupo de López ha empleado tabaco, un equivalente vegetal al ratón de laboratorio. Mediante un elegante cambio genético, los investigadores han conseguido que las plantas expresen en sus hojas más proteína H, implicada de manera natural en el reciclaje de los errores de la rubisco. En un comunicado optimista, los autores sostienen que esta estrategia “podría aumentar los rendimientos de los principales cultivos alimentarios en casi un 50%”.

Los obstáculos hasta ese sueño son múltiples. Uno de los más importantes, reconoce López, es el rechazo de la opinión pública a los alimentos transgénicos, impulsado por organizaciones como Greenpeace y Amigos de la Tierra. “Esta gente no está informada. Puedo entender que haya mucho rechazo al abuso de pesticidas y a los monocultivos, pero es terrible bloquear el uso de plantas transgénicas que podrían beneficiar a tantas personas. Y todo por una guerra que tienen con dos o tres empresas”, reflexiona López. “Creen que hacen el bien, pero están haciendo un mal terrible”.

La investigadora venezolana pertenece al consorcio internacional RIPE, volcado en intentar aumentar la eficiencia de la fotosíntesis para aumentar las cosechas, poniendo estas superplantas “a disposición de manera gratuita” para los agricultores de los países pobres, según destaca López. El proyecto, liderado por la Universidad de Illinois (EE UU), arrancó en 2012 con 25 millones de dólares de la Fundación Bill y Melinda Gates y fue renovado el año pasado con otros 45 millones. Su último avance se publica hoy en la revista especializada Plant Biotechnology Journal.

La planta de tabaco, reconoce López, es mucho más sencilla de modificar genéticamente y requiere menos tiempo. Si con el tabaco se tarda un año en comprobar los efectos de los cambios, con la soja se necesitan varios años. Además, la regulación de la proteína H es compleja. Si se aumenta su actividad también en el tallo y en las raíces, en lugar de solo en las hojas, el crecimiento de la planta se ralentiza, en vez de dispararse. Los científicos trabajan ahora en comprobar si su estrategia con el tabaco funciona también en cultivos que dan de comer a cientos de millones de personas, como la soja, el frijol caupí y la mandioca.

El equipo de López, dirigido por la bióloga Christine Raines, alerta de que el calentamiento global va a empeorar el problema. “Cuanto más alta es la temperatura, más errores comete la rubisco”, explica la investigadora venezolana. La revolución transgénica, sugiere, será necesaria para alimentar a una población que no para de crecer. López recuerda la carta pública que un centenar de premios Nobel escribieron hace dos años, arremetiendo contra Greenpeace por su rechazo a los organismos modificados genéticamente. “Es un crimen contra la humanidad”, coincide la bióloga.