viernes, 31 de agosto de 2018

Las abejas y la guerra fría

Estos insectos tienen su propio lenguaje. Son capaces de tomar decisiones de forma asamblearia. Saben cómo convencer a la colmena. Y alguna vez en la historia se han visto envueltos en conflictos diplomáticos.

ILUSTRACIÓN DE SEÑOR SALME
El País Semanal: https://bit.ly/2X5NUYv

DEFINIR LA INTELIGENCIA es algo difícil. ¿Qué es lo que nos hace a los humanos superiores a otros animales? ¿Ser capaces de usar herramientas? Muchos monos utilizan palos para sacar hormigas y así poder comer. ¿Tener un lenguaje y comunicarnos? Muchísimos animales lo hacen, incluso algunos como los mamíferos marinos tienen hasta idiomas y dialectos. ¿Ser capaces de tomar decisiones en grupo de forma asamblearia y consensuada? ¿Somos los únicos que utilizamos la democracia? Pues resulta que tampoco. Entre otras especies, las laboriosas abejas nos llevan millones de años de ventaja.

Aunque Aristóteles ya mencionaba en el siglo IV antes de Cristo el baile de las abejas, fue el zoólogo alemán y premio Nobel Karl von Frisch (en el siglo XX) quien descubrió que cuando este insecto encontraba flores con polen era capaz de comunicar al resto del enjambre la posición donde se encontraba. La información se transmitía en forma de coreografía con un paso en zigzag en una dirección determinada y vuelta al lugar de inicio. El ángulo respecto al sol de la dirección del baile representa el rumbo que hay que seguir para encontrar las flores, y el movimiento del abdomen, la distancia. Cuanto más rápido sea ese movimiento, a más distancia se situará la fuente de alimento. En el interior de una colmena no hay luz, por lo que las obreras notan ese baile por tacto y empiezan a copiarlo para transmitir la información al resto de las abejas.

Martin Lindauer, un discípulo de Karl von Frisch, observó que en los panales de vez en cuando aparecían obreras danzando, pero que no iban sucias de polen, como es natural en una abeja que acaba de descubrir flores, sino de barro o polvo. Entonces descubrió que eran lo que llamó abejas exploradoras. Cuando nacían varias reinas, su misión consistía en buscar una nueva ubicación para la migración y formar una nueva colmena. Su emplazamiento es un asunto de vital importancia. Si el lugar es demasiado cálido o frío, grande o pequeño, o si no tiene flores alrededor, la colonia se morirá de hambre o frío. Hay que tener en cuenta que las abejas no hibernan y pueden colonizar climas fríos. Lindauer y otros científicos descubrieron que, en las fechas previas a la migración, diferentes exploradoras buscaban incansablemente localizaciones para la nueva colmena. Las principales variables eran el volumen del hueco, la superficie de la abertura y la orientación de la entrada. Si el hueco es muy pequeño, la colonia no puede crecer lo suficiente, pero si es muy grande, será difícil mantener la temperatura. Respecto a la orientación, los experimentos se realizaron en zonas frías de Alemania y Estados Unidos, por lo que las abejas buscaban entradas orientadas hacia el Sur para tener más horas de sol y evitar que se congele la entrada. Podía darse el caso de que diferentes exploradoras descubrieran localizaciones muy buenas. En estas circunstancias, cada insecto trataba de convencer al enjambre de que su sitio era el mejor.

La migración se producía cuando toda la colonia había alcanzado un acuerdo. En ocasiones los investigadores observaron que algún enjambre no llegaba a un consenso y acababa separándose, algo que solía ser catastrófico, ya que cuanto más tiempo estuvieran sin fijar un nido, más vulnerables eran.

Las abejas estuvieron a punto de causar una crisis política. Fue en 1981, cuando Alexander M. Haig, secretario de Estado de Ronald Reagan, denunció que la Unión Soviética había estado enviando armas químicas a Laos y Camboya. Esto suponía una violación de la Convención de Ginebra, y Estados Unidos estaba dispuesto a dar una respuesta proporcional. La prueba definitiva era una fina lluvia amarilla de gotas de unos seis milímetros que se encontraron en diferentes lugares de la selva de Tailandia en la zona fronteriza con estos dos países comunistas. Por suerte, poco tiempo antes, el entomólogo Thomas D. Seeley había publicado un artículo en la revista Ecological Monographs en el que describía varias especies de abejas asiáticas. Entre los datos aportados había una descripción del tamaño y forma de las heces, que coincidía sospechosamente con las pruebas inequívocas de armamento químico. La información llegó al Pentágono. Estados Unidos optó por retirar discretamente la acusación de violar el Tratado de Ginebra, y el trabajo de un entomólogo evitó lo que pudo haber sido un conflicto armado por unas deposiciones de abeja.